20080820

3





No vi a Danilo por muchos días, supongo que por lo de la pelea ahora no salía mucho a la calle. La verdad es que yo también salía menos. Mi ánimo no era de los mejores por esos días; mi madre me regañaba porque según ella me había vuelto hosco e insolente. La televisión acaparó la mayor parte de mi tiempo por muchos días. Por momentos, el ocio mi niéz solitaria en casa se me hacía insoportable, especialmente a la hora en que la tele sólo transmitía "Los Venegas" y teleseries mexicanas. Aunque más de alguna vez me quedé viendo los griteríos y cachetadas de mujeres que me triplicaban en edad y llanto, de a poco empecé a tomar conciencia de que mi lugar estaba afuera, con el resto de los cabros. Además, ya ni siquiera estaba Danilo entre ellos. No había riesgo; debía volver a la plaza. Y no es que le temiera mucho a la confrontación física, porque ya lo había derrotado una vez, le temía mucho más a un ataque sorpresivo y maletero. El recuerdo de los momentos de amistad me hacían pensar que sería incapaz de hacerme algo así, pero aún así le temía, la magnitud de la herida daba lugar a todo tipo de dudas.

Un día fui a comprar un helado a la botillería y vi al Elvis y al Claudio chuteando unos penales en la cancha. Era enero y el calor infernal se esparcía líquido sobre el pavimento de la cancha, de la misma manera en que el Claudio se revolcaba para sacar un pencazo bien colocado. "¿Se puede?" pregunté, casi como por cumplir un código ritual, porque era seguro que siempre se podía. Yo pensaba por ese entonces que el fútbol era un bien forzoso cuya presencia era ineludiblemente obvia en cualquier futuro que me pudiese imaginar. Con un "se puede" se abrían las canchas de todo el mundo. La pelota la podían acariciar todos, sólo bastaba que tuvieran la decisión suficiente para sacársela al Elvis de los pies. Aunque no resultaba nada fácil quitársela, a él tampoco le resultaba sencillo pasarme y enfrentarse al Claudio, ágil para achicar como nadie. Así se pasó esa tarde en la cancha. Igual que el día siguiente, y los que vendrían, el sol quemaba la piel de nuestras piernas y de la pelota. Llegaban más o menos cabros, pero era cuestión de que se encontraran dos para que el pichangueo estuviera armado. De Danilo, ni rastro. Ahora, años después, entiendo mejor su naturaleza invernal, incompatible con esa aridez. El barro se amontonaba de manera perpétua sobre sus ropas y su pelo negro mojado por la lluvia y por el sudor de sus largos trotes. Porque Danilo, el dañino, era un niño acelerado como pocos. Parecía siempre tener algo que hacer y demostrarle a todos los demás. Subía árboles para, recién arriba, plantear la idea de que subiéramos. Y aunque era uno de los mejores para la pelota, por esos días yo contaba con la certeza de que no se aparecería. Y así fue, hasta el día en que ocurrió lo del Cholo, más o menos así:

Caminábamos con los cabros de vuelta a la plaza, luego de haber robado aceitunas y maní en Lo Valledor. Comíamos y repartíamos el botín mientras avanzábamos hacia mi casa. Íbamos a buscar la pelota para jugarnos una pichanguita. En eso, pasamos por afuera de la casa del Kano, un viejo loco que vivía en la casa contigua a la de Danilo y que hablaba largamente en la plaza a cualquiera que se le acercara. Como siempre, nos ladró el Cholo, un quiltro negro que aún atesoraba entre sus facciones recuerdos de un glorioso pasado labrador. Ahora era un perro que sollozaba libertad desde su patio de cinco metros cuadrados, rodeado por sus propios mojones, soportándolos e incluso pisándolos. Mi padre decía que la cárcel mataba el alma de los seres. Yo de esa forma entendía lo demacrado que estaba el Cholo; como era un perro y no tenía alma, lo que se moría con el encierro no era sino su propio pellejo, y con él toda la dignidad de su estampa temida por tórtolas y conejos. La poca valía que le quedaba la gritaba a los cielos, mostrando sus colmillos infectados, pero aún temibles. El Freddy- maldadoso como pocos- acostumbraba a molestarlo, gritando y haciéndole muecas. Esta vez no fue la excepción, a pesar de nuestras advertencias. El Freddy sacó de su bolsillo todos los cuescos de las aceitunas que habíamos comido y, de a uno, comenzó a tirárselos al perro que se retorcía de ira e impotencia. El niño reía y tiraba los cuescos que caían entre los ojos desorbitados del Cholo. Se paraba en dos patas y se daba vueltas, desparramando su propia mierda en el patio. Nosotros le decíamos al Freddy que parara, pero a él parecía divertirlo mucho el sufrimiento del perro. En eso estábamos, cuando se abrió la puerta de la casa y tambaleándose salió el Kano. Estaba borracho y furioso por el escándalo del Cholo, pero sobre todo, por la actitud del Freddy, que para el Kano era la actitud de todos nosotros. Sin pensarlo, el viejo caminó hasta la reja del antejardín y la abrió, dándole paso al perro para que cobrara venganza por sí mismo. Nosotros, que estábamos en la vereda opuesta, nos aterramos y sólo atinamos a correr. Yo creo que no lo vi, porque me había dado vuelta para correr, pero de alguna forma persiste la terrible imagen en mi cabeza: el Cholo salió de la casa convertido en una bestia vengadora y, apenas se aprestaba a cruzar la calle para saciar su rabia con el Freddy, fue atropellado por una camioneta que luego le pasó por encima. El gemido fue espantoso, atronador. Caló hasta lo más profundo que pueden llegar los sonidos en el interior de mi cuerpo. En los espacios vacíos, del pecho y la cabeza, quedó reverberando durante algunos segundos. Ante nuestra impavidez y los llantos del Kano, las vísceras del Cholo se desparramaban grotescas sobre el pavimento. Toda la sangre del miserable no lograba manchar su pelaje, aún brillante, tan oscuro como el odio creado en él por el Freddy y que lo llevó a la muerte. El Kano sollozaba de manera atolondrada, haciendo pucheros y gritándole al Freddy "es tu culpa, es tu culpa pendejo culiao". Nadie de nosotros decía nada, menos el Freddy. De las casas aledañas se habían asomado algunas señoras con sus niños, a mirar la trágica escena. Entonces fue cuando se abrió la puerta de la casa verde y salió Danilo con bolsas de basura en sus manos. Llegó hasta donde estaba el perro, lo miró y luego, levantando la cabeza hacia nosotros, nos dijo "ya viren de aquí ahueonaos".




Polanco

2 comentarios:

Unknown dijo...

Se entremezclan olores, sabores, recuerdos y situaciones que tal vez para mi tienen un significado diferente....pero son recuerdos comunes al fin y al cabo, dos arpegios de una misma cancion..dos versiones de una misma historia....porque la vida no es la que uno vive sino la que recuerda para contarla....

Anónimo dijo...

mi perro Cody (QEPD), Cody en honor al agitado primo Cody Lambert de Step by Step, tenía il tiyible linaje labrador, siendo al mismo tiempo quiltrísimo....
así que más respeto por favor!!!!!!

russian police.... sturbb... sturb but fear