20081027

EL CHACAL DE HUACHIPATO

La muerte es un acto de fe.
Lacan.

Morir matando es la ley.
Los Tigres del Norte.



Miasmas portuarias brotando de las submarinas corrientes surpacíficas, los residuos químicos de las industrias del metal penetrando los tejidos de los otrora frescos mariscos, vapores que silencian los movimientos conspirativos del resoplante monarca de los asesinatos que sacuden Talcahuano. Se desliza el atrevido por la avenida. Medita paso a paso el vengador bajo la brisa, bajo la noche anarquista cómplice de la descomposición del alma. Palpa el sable que carga en la chaqueta. ¿Vale la pena morir hoy? Altos hornos vomitan granizo lacrimógeno sobre las antiguas construcciones radiantes de pobreza. ¿Vale la pena morir hoy? Inquietas las manos quieren estrujar las carnes de sus verdugos, en este nocturno fatal para los solemnes escuadrones oficiales condenados al degüello, al tajo, a la tumba, ceremonia fúnebre luto nacional para los uniformes haraganes del Estado caídos por el cuerno diestro blandido por el Chacal de Huachipato. No hay testigos salvo esta pluma. Periodistas plagiarios y charlatanes en su absuelta ignorancia hablaron con letra entrecortada de la hazaña como se habla de un asalto o un arresto cualquiera, en los días posteriores.

Dio tres golpecitos muy suaves en la puerta de hierro. Los llamados carabineros oyeron las señales y el más gordo de apellido Vera caminó hacia la desgracia, componiendo en su mente un cuento de inocencia sin igual. El otro veía tele.

Diez años atrás pilló la maña, la certeza, y la mueca de su rostro se fue puliendo con el tiempo, desaparecidas las risas para siempre. ¡Moisés! lo llamaban camino a la escuela las barricadas drogas. Luego hay que robar para conseguirlas. Entonces llega el día que una mina cae por tus tontos golpes quieta, y ya nadie quiere estar contigo sino es por la fuerza, por el cortejo la danza los círculos las flores que traza tu navaja. El niño es bravo. Le mete el puñal en la guata, el pico en la herida. Y luego es otra y otra. El bastardo corría rápido había aprendido en las poblaciones. Mas un crepúsculo porteño de astros asomados en la bahía y etéreas espumas devolvió un cuerpo sobre la arena. Una pequeña que agonizante retrató al cabro máximo moreno zarpas de acero. Y balas varias cruzaron al choro que por tejados se escabullía, y al día siguiente los policías seguían la huella de sangre hasta otro cadáver donde las sangres de Moisés y su presa se confundían. Forjaba leyenda el hijo de puta.

Pero como una roca disuelta en el tiempo, flaco y de piante vestir sólo en su pieza se retorcía, preciosos días soleados de fin de semana comenzaron a ser para él laberintos de muros no visibles atacados por quizá qué miedos sus miembros temblando. No había vergüenza ni arrepentimiento en sus gemidos sino la necesidad de detenerse y la más pura resignación ante el fin que se acerca, eso si, las cosas terminarían a su manera, y con la decisión ya tomada los días se hicieron más soportables. Humorismo perpetuo: el hombre contempla la paz cuando se esfuma la trama.

El policía cruzó el jardín, abrió la puerta que daba a la calle y sólo vio dos grandes ojos. ¡Vengo a entregarme!, dijo sorpresivamente el bronco saltando de improviso sobre el cogote del policía. El otro que se asomaba más atrás con la calma acorde a esas horas alcanzó a ver un cuerpo caer y al huracán Moisés venírsele encima. Se protegió como pudo, echando balas al aire y vergonzosos gritos de chancho herido, animal que no se conforma con una despedida digna, extinto, manchando el verde uniforme y las baldosas recién enceradas con la basura de su vida desparramándose como hiedra purpúrea. Apagó la luz y esperó en un rincón. Una decena de policías empollados por allá bien en el fondo de esas habitaciones nació de golpe, y uno a uno Moisés rajó vaciando sus gargantas protegiéndose saltando sobre mesas esquivando palos rodando matando. Nadie atinaba bala en su silueta y el porfiado Chacal parecía no cansarse de agitar el sable. Los policías se refugiaron en la otra habitación, gritaban aterrorizados, y de pronto por la puerta asomaban revólveres que disparaban como locos a cualquier parte. Moisés a oscuras y en silencio cambiaba de posición constantemente, volteando mesas, abriendo cajones, rugiendo con lo que se llama pura choreza. De pronto del estruendo tremendo salió un suspiro. Una bala había alcanzado la frente exacta de Moisés, que entre el humo las astillas de los muebles destrozados y la sangre de otros seis cadáveres conquistó su merecida tregua. Tardaron unos segundos en cesar las balas, hasta que un paco joven y valiente hizo un gesto a sus compañeros y se acercó sudando pasando por sobre sus antiguos amigos hasta el soberbio mártir. Constató la muerte. Escupió el cadáver.
-Vaya insolente, dijo.
Era el cabo Raúl Rodríguez.

CATACRESIS

"Hay lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico". Lo dijo Wittgenstein, dije, y por qué me citas a Wittgenstein ahora, qué quieres decirme, no, nada, no, pero seguro te das cuenta.


Papadoupoulos

20081022

I

Encontrábase limpiando los baños del casino el cabo Eduardo Silva cuando escuchó los gritos. La Escuela de Equitación Óscar Cristi Gallo de Carabineros -vaya palabra difícil- es lo suficientemente calma, toda una parcela, para escuchar lo que se habla incluso en la lejanía. "Se escapó la Yoli, se escapó la Yoli" gritaba, de seguro inmóvil, el Teniente García. El cabo, idealista al extremo de acabar en los baños, desobedeció otra vez una orden y corrió hacia donde se apiñaban otros subalternos como él. "Qué hacen, ahueonaos, tráiganla" les gritó García. "¿Por dónde se fue?", preguntó Araya, cuya fidelidad sólo se podía equiparar a la de Max, su pastor alemán. "Se perdió detrás de esos árboles", respondió el teniente, un poco más calmo. La Yoli era una yegua santa del más alto linaje pérsico, posiblemente, quién sabe, siguiendo alguno de esos senderos que se bifurcan hacia el pasado, encontraríamos en ella la sangre de Eous, uno de los cuatro Caballos del Sol. El cabo Silva, seguramente el único que sospechaba el hallazgo, supo entonces que nadie más que él podría encontrarla. Por eso fue que corrió en el sentido opuesto a lo otros, peones, y salió por la puerta ancha del recinto.

II

Esperaba yo la micro en la avenida Grecia cuando me encontré con Tomás Bilbao, un pobre diablo que de ilustre ya ni el nombre le quedaba. Me saludó con un sorprendente abrazo; años atrás, cuando lo conocí, solía ser hosco y arrogante, exultante de una violenta timidez. En ese momento, al contrario, se mostró amable y conversamos largo rato. Me contó que estaba urdiendo, con otros como él, una acción radical. "La noche del jueves vamos a subir, simultáneamente, a los Cerros Renca, Manquehue, Chena y Provincia, y marcaremos con fuego sobre sus bastas extensiones, los signos Comunista, Anarquista, Nazi y el nuestro, Pastabasero, respectivamente, para que iluminen la noche santiaguina". No le creí nada, aún queriendo hacerlo. Le comenté algo sobre el incierto devenir de la Comunidad, eso pareció interesarle. En eso, llegando a Bustamante, se apoderó de mí una sensación de irrealidad escalofriante: En el interior de la vieja casona quemada, que hace un tiempo nadie arrendaba a pesar de su lujoso estilo neoclásico y el ridículo valor de alquiler, un sublime corcél blanco refulgía entre las cenizas.

III

El ocaso se perderá en ese horizonte que siempre esconde algún mar y las personas ya estarán en sus casas, comiendo pan tostado con mantequilla, esperando las noticias, sentados frente a un computador, paseando a un perro siútico por la siempre verde avenida, leyendo propaganda política en el retrete, trabajando horas extras en la liquidación nocturna, en fin, eludiendo el mensaje que resuena con fuerza en el viento. Un estudiante con problemas de drogas hojeará uno de los pocos libros que sobrevivieron a la quema realizada el año 2005 en las afueras de la Facultad de Filosofía por un grupo de videntes a los que, mediante un montaje comunicacional perfecto - ideado originalmente por un médico eslavo-, se les tildó de "anarquistas". Así trascendió para quienes se enteraron. El estudiante encontrará en el libro una de las tantas sentencias que la Comunidad quiso erradicar a través del maestro plan. "Dormido en medio del laberinto de espejos ¿Cómo distinguirás tu irrealidad?". Sobre cuatro cerros que rodean la ciudad, arderán símbolos de la imposibilidad del diálogo. Un limosnero gritará a la nada, en la terraza de un conocido rascacielos, "¡Soy un policía y lo he perdido todo por ti!" y luego saltará hacia el luminoso vacío. En tanto, los comerciales de las noticias que ve la gente comiendo pan tostado con mantequilla llamarán a esa misma gente a una extraordinaria liquidación nocturna.

IV

Antes de prender la llama, el licenciado encontró una vieja libreta de notas. Entre una de sus páginas decía "la maté por machista", más abajo firmaba un tal "cerdo feminista". El licenciado sonrió, escondió la libreta en su abrigo y prendió el fósforo. Sólo tres días después, apostando en el Club Hípico, comprendería el agravio que había cometido y decidiría escapar del país. El fuego ya habría consumido en su totalidad el objetivo del prócer carimástico de no ser por él, idiota melancólico. "Intentarán tentarte, no tomes nada" le había advertido y él, por segunda vez, había desobedecido. Entonces, como en un efecto Og Adai, el licenciado metió , desesperado, su mano al abrigo , tanteó todos sus bolsillos, corrió a su casa y dió vuelta todo sin éxito; la libreta había desaparecido. Mientras su avión, de desconocido destino, sobrevolaba el volcán Licancabur, el licenciado recordó el momento en que se dió cuenta de su error. Recordó que al no encontrar la libreta corrió escaleras abajo y se topó con un hombre, de marcial aspecto, que le preguntó si había apostado por el caballo blanco. Por la ventanilla miró el volcán y lo sobrevino una impetuosa somnolencia. El licenciado no soñó con nada.

20081021

Hasta que un día, todos los días se volvieron un gran día interminable y nosotros renunciamos a esa elección que nunca tomamos. Estábamos ya absueltos, mas la decepción y el menoscabo no desaparecieron. El cariño negro que calmaba, momentáneamente, esa gran herida común se volvió un parásito.

Oscuros heraldos nos visitaban para recordarnos su temor a la vida, nuestro amor a la muerte. Nada les decíamos y bebíamos un poco más, silenciosos. En mi mente resonaba constantemente la frase "no soy quien, mas... no soy quien, mas".




Polanco

20081019


MILONGA MEJOR ME MATAS

Marc murmura mentiras mientras mojones manchan mi mente, miasmas mojan mis manos; mi misma madre misma, Minerva mal montada, momia milamores, mira mis miomas maullando milenarias maldiciones maoríes, milagrosos mitos mágicos , maneras mortíferas marginales: ¡Mañana mirarás más mierda mamón, mofletudo mocetón menoscabo marxista malparido mono maraco miserable maldito mapuche maricón!

20081016

Brecha

- Oye Pato ¿te puedo hacer una pregunta?
- ...
- Es que, mira, lo que me pasa es que, ¿hay cachao que cuando uno quiere mandar un mail aparece un cuadrado blanco?
- mmm, sí...
- Bueno, es que a mí me sale ese cuadro, bueno, ¿Cómo se hace ahí?
-...
-...
- ¿Qué cosa?
- El mail poh
-¿Cómo se manda el mail?
- Es que lo que pasa es que a mi me sale un cuadrado blanco y...
-¿Pero es que no entiendo qué me estai preguntando?
- Puta... a mí me sale un cuadrado blanco cuando quiero mandar un mail y no sé qué hacer ahí
- Le ponís enviar po
- ¿Eso no más?
- Si poh, obvio
-...
- Si po
-...
- Le ponís enviar y el mail se envía
- ...
- Así se mandan los mails...
-...
-...
-...
-¿Qué te pasa?
-Nada
-¿Cómo que nada?
-Nada
- Puta la hueá ¿Por qué te enojaste?
- Por nada
- ¿Cómo que por nada?
- Puta por nada, no tenís pa qué burlarte de que yo no sepa de computación
- Pero si no me he burlado
- Ahh... seguro
- No po
- Erís demasiado hiriente a veces hueón

20081014

Sentado frente al zanjón me cayeron los pacos. Pa qué les voy a mentir, caí como pollo. Ni me di cuenta cuando llegaron y ya era demasiado tarde; me pillaron allí, con el humo en el cuerpo. No cachaba nada de lo que me decía el paco, sólo atinaba a sonreír y a decir "yo no fui, yo no fui". No tenía claro la razón de mi arresto, pero sabía que para ellos siempre iba a ser culpable de algo. Me subieron a la patrulla y me llevaron a la comisaría. En el camino despavilé caleta. Me repetía todo el rato la historia "me estaba fumando un cigarro". No tenía ni un brillo la detención, no daba ni pa` contarla. Entonces llegué a la comisaría y me metieron al calabozo. Adentro intenté cruzar miradas, pero todos los locos estaban pendientes de poner la oreja en el calabozo del lado donde, según me pude fijar, estaban interrogando a un hueón. Uno de los prisioneros que tenía la oreja pegada a la pared me hizo un gesto para que me acercara. Puse la oreja en la pared y lo primero que escuché ya era extraño: un hombre, borracho y entre pucheros, le jadeaba al interrogador un discurso mitad llanto, mitad súplica. "Qué quiere que le cuente, señor, sólo sé que de un momento a otro me vi a mí mismo entre locos que no conocía, que querían quemar la huevá ... yo ya no me podía echar pa atrás" decía, con su voz quebrada, el pobre diablo, "yo no quería hacer lo que usted me dice que hice, lo juro. Incluso le tengo respeto a su institución, señor, no soy un subversivo". En ese momento, todos en la celda estallamos de la risa. Le pregunté al loco que me había hecho el gesto que qué pasaba. Aguantándose la risa, me dijo "Nah, que ese hueón que está al lado quemó una caseta de la seguridad ciudadana", explotó en risas y al ver que yo no me reía tanto, añadió "ya había salido el cuidador eso sí". Todos se reían de lo borracho que estaba el loco y de cómo ahora, ya viéndose cagado, lloraba y se humillaba. Yo sabía que era gracioso, pero no me podía reír como los otros, estaba demasiado pegao. Incluso me recriminaba ser tan comprensivo con un loco que, a todas luces, se merecía su suerte. Entonces vi al Ñaja, un loco con el que antes tenía mano. Lo saludé y me saludó, no teníamos mucho de qué hablar, asi que nos pusimos a hablar del Colo. Después, estuvimos como dos horas callados, escuchando la historia de otro loco, el único que hablaba, que decía que lo habían inculpado de andar asaltando gente en el paradero. De ahí dejaron salir al Ñaja y un rato después al loco que contaba la historia. Apenas se fue, un rapero que había estado todo el rato callado y escupiendo al suelo, dijo "menos mal que se fue esté hueón... estaba puro vendiendo la pescá". Todos sonreímos. En eso, un loco, el que se veía más decente entre los que estábamos allí, se me acercó y me dijo "oye, yo a ti te conozco", yo lo miré con cara de extrañeza a lo que complementó "voh soy el Mario, el hijo de la señora Isabel". Yo asentí y le pregunté que quién era él. Me contó que era un estudiante, que vivía en el barrio y que tenía un colectivo con el que hacían educación popular. Yo le dije que no cachaba nada de eso. Entonces fue como si hubiesen puesto a andar una grabación en la que sonaban constantemente las palabras de corte medio militar. Yo en realidad sí cachaba ese rollo porque había andado metido en eso tiempo atrás. Él también cachaba que yo cachaba, yo cacho, y por eso me hablaba de eso. La otra gente de la celda nos miraba como a unos pobres diablos; a mí me importaba una raja, pero a este otro loco, Hernán se llamaba, la mirada despectiva lo desconcentraba y le robaba expresiones de incomodidad y timidez. Yo le dije que hiciera educación popular ahora, en la celda y viera qué pasaba. Se rió, como si lo mío hubiese sido una broma. Dejé de pescarlo un rato mientras me seguía hablando de los hombres, por los hombres y contra los hombres. Extraña es la gente, pensaba yo, sólo necesita de una oportunidad para ponerse a hablar de lo suyo, aunque nadie los escuche. Después pensé que no tenía pa qué ser tan mala onda, si al final, yo era igual a veces y en situaciones en que mis discursos se justificaban mucho menos. "Mario Campos" dijo un paco, asomándose a la celda y yo me paré, me despedí del loco que me hablaba y de los otros locos que quedaban con un gesto indiferente, y salí de la celda. Me hicieron firmar un papel que decía que constataba el control de detención. Ni un brillo, pensé. Tanto hueveo para esto. Salí y me puse a caminar, de nuevo al zanjón. Cuando llegué estaban los cabros, cagados de la risa, con un loco que decía que había quemado una caseta de seguridad ciudadana con otro piante, del que, obviamente, no sabía su paradero. No quise contar nada de lo de la comisaría y me senté. De este lado, la historia me sonaba menos graciosa.






Polanco

20081011

Tiemblan

Primero vendrá la vida,
luego la cárcel
y luego la muerte.


¿Podremos soportarlo?



-Demasiado tarde cabro
(carcajadas)
¿Confianza?

¿Entre los perros más habrientos?

Nunca.


infame

20081009

BAJARÁS DE LA NUBE Y ENCONTRARÁS A UNO MEJOR QUE TÚ, A UNO IGUAL QUE TÚ, A UNO PEOR QUE TÚ.
LO QUE NO ENCONTRARÁS ES UNO IGUAL A MI.
LA VERDAD NO ES PARTE DE TU MUNDO.


Juancalavera

20081007

de gallina las pieles

20081006

METASEMA

- Oye...
- ¿Qué?
- ...
- Dime.
- A ver, te escucho, adelante.
- ¿Cómo?
- Lo que te dije, qué tienes que decirme.
- Eso, pues.
- ¿Qué?
- ¿Tengo que repetírtelo?



Papadoupoulos

20081005

Homo longi funji

Los tengo engrupíos a todos los weones de que me tienen engrupío a mí...
seguro que llego lejos.
Bebo porque tengo problemas, perra culia. Con hacha en mano, si me cae una lágrima, cobraré la parte.



infame

20081001

Teóricos descifran el cambio moral de lo bueno y lo malo, mientras tanto yo, abstraido de aquel estúpido círculo, pienso en sumergirme dentro de chochos nuevos, húmedos y exquisitos, fuentes rejuvenecedoras que reemplazen, por hoy, mi adicción etílica.


infame