20081014

Sentado frente al zanjón me cayeron los pacos. Pa qué les voy a mentir, caí como pollo. Ni me di cuenta cuando llegaron y ya era demasiado tarde; me pillaron allí, con el humo en el cuerpo. No cachaba nada de lo que me decía el paco, sólo atinaba a sonreír y a decir "yo no fui, yo no fui". No tenía claro la razón de mi arresto, pero sabía que para ellos siempre iba a ser culpable de algo. Me subieron a la patrulla y me llevaron a la comisaría. En el camino despavilé caleta. Me repetía todo el rato la historia "me estaba fumando un cigarro". No tenía ni un brillo la detención, no daba ni pa` contarla. Entonces llegué a la comisaría y me metieron al calabozo. Adentro intenté cruzar miradas, pero todos los locos estaban pendientes de poner la oreja en el calabozo del lado donde, según me pude fijar, estaban interrogando a un hueón. Uno de los prisioneros que tenía la oreja pegada a la pared me hizo un gesto para que me acercara. Puse la oreja en la pared y lo primero que escuché ya era extraño: un hombre, borracho y entre pucheros, le jadeaba al interrogador un discurso mitad llanto, mitad súplica. "Qué quiere que le cuente, señor, sólo sé que de un momento a otro me vi a mí mismo entre locos que no conocía, que querían quemar la huevá ... yo ya no me podía echar pa atrás" decía, con su voz quebrada, el pobre diablo, "yo no quería hacer lo que usted me dice que hice, lo juro. Incluso le tengo respeto a su institución, señor, no soy un subversivo". En ese momento, todos en la celda estallamos de la risa. Le pregunté al loco que me había hecho el gesto que qué pasaba. Aguantándose la risa, me dijo "Nah, que ese hueón que está al lado quemó una caseta de la seguridad ciudadana", explotó en risas y al ver que yo no me reía tanto, añadió "ya había salido el cuidador eso sí". Todos se reían de lo borracho que estaba el loco y de cómo ahora, ya viéndose cagado, lloraba y se humillaba. Yo sabía que era gracioso, pero no me podía reír como los otros, estaba demasiado pegao. Incluso me recriminaba ser tan comprensivo con un loco que, a todas luces, se merecía su suerte. Entonces vi al Ñaja, un loco con el que antes tenía mano. Lo saludé y me saludó, no teníamos mucho de qué hablar, asi que nos pusimos a hablar del Colo. Después, estuvimos como dos horas callados, escuchando la historia de otro loco, el único que hablaba, que decía que lo habían inculpado de andar asaltando gente en el paradero. De ahí dejaron salir al Ñaja y un rato después al loco que contaba la historia. Apenas se fue, un rapero que había estado todo el rato callado y escupiendo al suelo, dijo "menos mal que se fue esté hueón... estaba puro vendiendo la pescá". Todos sonreímos. En eso, un loco, el que se veía más decente entre los que estábamos allí, se me acercó y me dijo "oye, yo a ti te conozco", yo lo miré con cara de extrañeza a lo que complementó "voh soy el Mario, el hijo de la señora Isabel". Yo asentí y le pregunté que quién era él. Me contó que era un estudiante, que vivía en el barrio y que tenía un colectivo con el que hacían educación popular. Yo le dije que no cachaba nada de eso. Entonces fue como si hubiesen puesto a andar una grabación en la que sonaban constantemente las palabras de corte medio militar. Yo en realidad sí cachaba ese rollo porque había andado metido en eso tiempo atrás. Él también cachaba que yo cachaba, yo cacho, y por eso me hablaba de eso. La otra gente de la celda nos miraba como a unos pobres diablos; a mí me importaba una raja, pero a este otro loco, Hernán se llamaba, la mirada despectiva lo desconcentraba y le robaba expresiones de incomodidad y timidez. Yo le dije que hiciera educación popular ahora, en la celda y viera qué pasaba. Se rió, como si lo mío hubiese sido una broma. Dejé de pescarlo un rato mientras me seguía hablando de los hombres, por los hombres y contra los hombres. Extraña es la gente, pensaba yo, sólo necesita de una oportunidad para ponerse a hablar de lo suyo, aunque nadie los escuche. Después pensé que no tenía pa qué ser tan mala onda, si al final, yo era igual a veces y en situaciones en que mis discursos se justificaban mucho menos. "Mario Campos" dijo un paco, asomándose a la celda y yo me paré, me despedí del loco que me hablaba y de los otros locos que quedaban con un gesto indiferente, y salí de la celda. Me hicieron firmar un papel que decía que constataba el control de detención. Ni un brillo, pensé. Tanto hueveo para esto. Salí y me puse a caminar, de nuevo al zanjón. Cuando llegué estaban los cabros, cagados de la risa, con un loco que decía que había quemado una caseta de seguridad ciudadana con otro piante, del que, obviamente, no sabía su paradero. No quise contar nada de lo de la comisaría y me senté. De este lado, la historia me sonaba menos graciosa.






Polanco

2 comentarios:

Pastabaseros Football Club dijo...

wena wn, ya se echaba de menos

Anónimo dijo...

sacate el pico de la boca, maricon.