20081022

I

Encontrábase limpiando los baños del casino el cabo Eduardo Silva cuando escuchó los gritos. La Escuela de Equitación Óscar Cristi Gallo de Carabineros -vaya palabra difícil- es lo suficientemente calma, toda una parcela, para escuchar lo que se habla incluso en la lejanía. "Se escapó la Yoli, se escapó la Yoli" gritaba, de seguro inmóvil, el Teniente García. El cabo, idealista al extremo de acabar en los baños, desobedeció otra vez una orden y corrió hacia donde se apiñaban otros subalternos como él. "Qué hacen, ahueonaos, tráiganla" les gritó García. "¿Por dónde se fue?", preguntó Araya, cuya fidelidad sólo se podía equiparar a la de Max, su pastor alemán. "Se perdió detrás de esos árboles", respondió el teniente, un poco más calmo. La Yoli era una yegua santa del más alto linaje pérsico, posiblemente, quién sabe, siguiendo alguno de esos senderos que se bifurcan hacia el pasado, encontraríamos en ella la sangre de Eous, uno de los cuatro Caballos del Sol. El cabo Silva, seguramente el único que sospechaba el hallazgo, supo entonces que nadie más que él podría encontrarla. Por eso fue que corrió en el sentido opuesto a lo otros, peones, y salió por la puerta ancha del recinto.

II

Esperaba yo la micro en la avenida Grecia cuando me encontré con Tomás Bilbao, un pobre diablo que de ilustre ya ni el nombre le quedaba. Me saludó con un sorprendente abrazo; años atrás, cuando lo conocí, solía ser hosco y arrogante, exultante de una violenta timidez. En ese momento, al contrario, se mostró amable y conversamos largo rato. Me contó que estaba urdiendo, con otros como él, una acción radical. "La noche del jueves vamos a subir, simultáneamente, a los Cerros Renca, Manquehue, Chena y Provincia, y marcaremos con fuego sobre sus bastas extensiones, los signos Comunista, Anarquista, Nazi y el nuestro, Pastabasero, respectivamente, para que iluminen la noche santiaguina". No le creí nada, aún queriendo hacerlo. Le comenté algo sobre el incierto devenir de la Comunidad, eso pareció interesarle. En eso, llegando a Bustamante, se apoderó de mí una sensación de irrealidad escalofriante: En el interior de la vieja casona quemada, que hace un tiempo nadie arrendaba a pesar de su lujoso estilo neoclásico y el ridículo valor de alquiler, un sublime corcél blanco refulgía entre las cenizas.

III

El ocaso se perderá en ese horizonte que siempre esconde algún mar y las personas ya estarán en sus casas, comiendo pan tostado con mantequilla, esperando las noticias, sentados frente a un computador, paseando a un perro siútico por la siempre verde avenida, leyendo propaganda política en el retrete, trabajando horas extras en la liquidación nocturna, en fin, eludiendo el mensaje que resuena con fuerza en el viento. Un estudiante con problemas de drogas hojeará uno de los pocos libros que sobrevivieron a la quema realizada el año 2005 en las afueras de la Facultad de Filosofía por un grupo de videntes a los que, mediante un montaje comunicacional perfecto - ideado originalmente por un médico eslavo-, se les tildó de "anarquistas". Así trascendió para quienes se enteraron. El estudiante encontrará en el libro una de las tantas sentencias que la Comunidad quiso erradicar a través del maestro plan. "Dormido en medio del laberinto de espejos ¿Cómo distinguirás tu irrealidad?". Sobre cuatro cerros que rodean la ciudad, arderán símbolos de la imposibilidad del diálogo. Un limosnero gritará a la nada, en la terraza de un conocido rascacielos, "¡Soy un policía y lo he perdido todo por ti!" y luego saltará hacia el luminoso vacío. En tanto, los comerciales de las noticias que ve la gente comiendo pan tostado con mantequilla llamarán a esa misma gente a una extraordinaria liquidación nocturna.

IV

Antes de prender la llama, el licenciado encontró una vieja libreta de notas. Entre una de sus páginas decía "la maté por machista", más abajo firmaba un tal "cerdo feminista". El licenciado sonrió, escondió la libreta en su abrigo y prendió el fósforo. Sólo tres días después, apostando en el Club Hípico, comprendería el agravio que había cometido y decidiría escapar del país. El fuego ya habría consumido en su totalidad el objetivo del prócer carimástico de no ser por él, idiota melancólico. "Intentarán tentarte, no tomes nada" le había advertido y él, por segunda vez, había desobedecido. Entonces, como en un efecto Og Adai, el licenciado metió , desesperado, su mano al abrigo , tanteó todos sus bolsillos, corrió a su casa y dió vuelta todo sin éxito; la libreta había desaparecido. Mientras su avión, de desconocido destino, sobrevolaba el volcán Licancabur, el licenciado recordó el momento en que se dió cuenta de su error. Recordó que al no encontrar la libreta corrió escaleras abajo y se topó con un hombre, de marcial aspecto, que le preguntó si había apostado por el caballo blanco. Por la ventanilla miró el volcán y lo sobrevino una impetuosa somnolencia. El licenciado no soñó con nada.

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