20100207

la ropa sucia se lava en casa,
pero la ropa del rey
se lava en la plaza

20100206

Este tiene que deberle mucho al jefe para que lo haya mandado a buscar con tanta urgencia- pensaba mientras arrastraba el cuerpo atado por el pasillo de la capacha. Frente a la puerta del despacho el desgraciado dejó de hacerse el inconsciente y me preguntó dónde estábamos. Ya verás- le dije mientras abría la puerta. El ventilador del techo apenas removía el sahumerio que tenían entre la oscuridad. En la mesa de centro Juan Calavera, Danilo y el Ñaja contaban billetes y no levantaron la vista hasta que vieron que venía con el encargo. Al final de la habitación había un escritorio elegante y apoyado en él dormía el señor Nicolet. Está curao- me explicó el Ñaja; malas noticias para el pobre infeliz. Danilo remeció suavemente el hombro del jefe, que despertó de inmediato y se puso de pie. Por fin- dijo con su voz ronca- me hiciste esperar, pero cumpliste. Desátenlo- ordenó. El cuerpo apenas podía mantenerse en pie, lo manteníamos sujeto de los brazos yo y Juan Calavera. El jefe sonrió, se sirvió un poco de un licor que podría haber sido ron o whisky, desaborchó la bragueta de su pantalón y dijo: Muy bien Nalgas de Oro, haz tu trabajo. Entonces el cautivo se dio vuelta y bajó lentamente sus pantalones. Nunca olvidaré la cara de asombro que puso el jefe cuando lo que había bajo la ropa de Nalgas de Oro iluminó toda la habitación; mucho menos puedo dejar de recordar la maravilla que esa tarde presenciamos... Nalgas de Oro no era de este mundo.