20080628

ENTREVISTA CON EL PULENTO

Asolado, o más sólo que de costumbre, descansa un niño, rodeado de frescos desechos humanos. Se abren en su caso infinitas posibilidades de muerte, fuera del alcance de cualquier cámara de vigilancia. Ciudad poblada de indiferencia, Santiago decadente, ojos de acero. / Con este sentimiento invoco a El Hombre con insolencia desmedida, palabras que no vale la pena reproducir. ¿Me llamabas, zángano?, escucho en cuestión de segundos, voz estridente que viene de lugar ninguno, como si fuera mi cuerpo propio el que hablara. ¡Qué chucha!, respondo yo, pegando un salto en mi asiento, sollozando el mismo terror milenario que azotó a los prehistóricos noche tras noche a la intemperie. Entonces hace su aparición, gigante y chorizo negro poblacional, como si nada, y sonriendo entra en mi pieza. No sé por qué verlo me da pena.
–Hijo mío, guacho Roberto– dice, ofreciéndome su mano de gorila.
–Qué pasa, hermano– atino a contestar, estrechándosela sin dudas.
–Aquí está entero de hediondo. Debe ser tu corazón descompuesto. Deja ver si hay algo que pueda hacer por ti.
Mientras habla sus grandes orificios nasales se abren descomunalmente, como dos cráteres dispuestos a succionar todo el aire de la habitación. Da pasos azarosos hacia a un lado, luego hacia el otro, apuntando su nariz hacia el cielo, y se le deja ver una cadena de oro colgando del cuello. Me tranquiliza en parte verlo así parado, olfateando como un perro, rascándose el ombligo.
–¿Una cerveza?
–Dale po, me responde. Mira que allá arriba hay Ley Seca.
Saco un pack del refri, y a medida que las latas se vacían nuevos temas van surgiendo. Yo hablo del tribal ritualismo de los pueblos en estado de naturaleza; él de un mundo sublunar, de la conmoción extática virginal y de la posibilidad de revirginizarse. Yo cito a Lewis Carrol: “Amada, no somos más que niños grandes que se agitan en vano cuando llega la hora de dormir”; él dice añorar los tiempos de Azkargorta, con quien asegura tener mucho en común. Cita cien veces de corrido a Galeano.
–“El técnico jamás cuenta el secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas: «Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas» dice, cuando el equipo pierde por goleada ante un cuadrito más o menos penca. O ratifica la confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los reveses sufridos no empañan la conquista de una claridad conceptual que el técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios para llegar a la eficacia»”.
Luego estalla en carcajadas, sonoras erupciones subterráneas. Yo disfruto tanto la conversación que, osadía del borracho, le pregunto a qué religión debería suscribirme, cuál es la más efectiva para seguir comunicándome con él.
–Te recomiendo el ácido, dice para mi sorpresa.
–A propósito, Dios, has leído, le pregunto, has leído a Bukowski.
–Bueeeno, lo de Carlitos fue sólo un proyecto fallido, como lo de Jesús y tantos otros, me entiendes, un experimento evolutivo de liberación y enfrentamiento entre el individuo y la especie, relación nunca satisfactoria por lo demás, y que a la larga no podía terminar en más que en… bueno, ya sabes como terminó.
De ahí en adelante la conversación se pierde entre los vapores del alcohol. Creo haber destapado un par de botellas que tenía reservadas para algún ocasión especial, para dar paso al desenfreno, al éxtasis divino.
A la mañana siguiente despierto sólo en mi cama, agotado pero satisfecho, y de inmediato pesco el teléfono para llamar al amigo Peter y contarle, que como Alcmena, he comprobado su expresión favorita, Juan 4:8: “Dios es amor”, y créeme Peter, más amor del que te puedas imaginar.


Juancalavera

1 comentario:

este dijo...
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