20080625

El viento nos hacía carne

Por esos tiempos yo pensaba en la libertad con más frecuencia que ahora, aunque eso no quiere decir que fuese más libre que ahora- porque eso no lo sé ni lo sabré nunca- y no importa que Eugenia diga que no es así. Ella en esa época no me conocía o, mejor dicho, no creía conocerme como lo dice hacer ahora. Yo todavía no renunciaba al acto de fe que implica operar con un mundo exterior. Para mí existían los amigos, las tardes de cerveza, los malos finales en las películas y el calor de diciembre como cosas autónomas y totalmente libres. Pensaba que de alguna manera la libertad tenía que ver con que el viento y el río pudiesen ir en direcciones opuestas sin estorbarse.

Una de aquellas tardes, tan difíciles de encasillar- habrá sido un año o quizás cinco-, en que no existían patrones comunes de lo que podría ser un día u otro, estaba yo tirado en la cama de Laura mirando el techo y seguramente escuchando “Auto Pilot”- en aquella época todavía le encontraba algo de romanticismo a tener héroes privados-, cuando entró ella y enojada me dijo cosas como “Oye hueón, ¿Acaso pensai estar todo el día acostado?” “Me dai asco, te contradices todo el rato” o “Se te nota que no me quieres”, a lo que yo sólo podía mirar y tratar de soltar mi mejor chiste o, por el contrario, enfadarme y empezar con un discurso cargado de crueldad e ironía. Me gustaba defender mi derecho a sentir cada músculo y recibir tranquilo la irrigación de la sangre, pero también me gustaba responder en la lógica del utilitarismo. Por eso era posible escucharme decir frases pajeras que fluían junto con la exhalación:“Oye preciosa, la música está buena... déjame acá un rato y después te vienes a acostar conmigo”; y por el contrario, también era posible que armara un escándalo en reclamo por la alienación de nuestros supuestos salvadores, por los tontos útiles y, sobre todo, por el sabor amargo que crecía a medida que hablaba. Entonces gritaba largos discursos en los que decía cosas como “sólo olvidando se puede recordar, ya no hay grandezas de por sí; son sólo dinámicas de poder que tenemos que romper”.

Otros días me juntaba con personajes como Jarrison, Petter Flan, Danilo el dañino o Eusebio. Esos días nunca eran iguales a nada, ni siquiera entre sí. Jarrison solía encararme que en mis prédicas había algo de divino. Yo no lo creía para nada y pensaba que el divino era Eusebio. Recuerdo una tarde cuando en el metro- completamente lleno- él nos hablaba en tono de arenga, imbuyéndonos ese valor que luego, como si nada, olvidábamos con las drogas. De pronto, la gentedel vagón comenzó a guardar silencio y a escuchar a Eusebio. Yo lo miraba y me parecía un gigante, un hombre superior ante el cual todos éramos simples corderos. Creo que parafraseaba a De Rokha, a ratos, y lo hacía muy bien. “Diez veces maldigo a la piedra en que caerá tu sangre para que el viento la haga carne y, con ella, diez veces más libre al hombre” decía, mientras yo observaba como todos los pasajeros apretaban con fuerza los fierros de los que se afirmaban. A Laura no le gustaba nada este tipo de amigos. Cuando llegaba tarde y borracho a casa me decía “te estuve esperando con mis amigas”, yo entonces pensaba que había sido mejor no llegar y simplemente la besaba hasta llevármela a la cama. Allí todo era fantástico, ella después decía “Imbécil, si escribieras tan bien como me sujetas ya seríamos millonarios”. Yo la miraba, sonreía y le respondía que no lo había hecho bien, que aún quedaba mucho por sacar de adentro; “te amo” me decía, “te amo” le respondía. Tiempo después pensaría en poner en duda esas palabras, para luego arrepentirme de sentir arrepentimientos. Ahora no me arrepiento de nada. Ni siquiera de aquella noche en que Infame conducía el Palomo a toda velocidad por la Costanera de Con Cón, parando en cada playa y echando un vistazo en busca del cadáver de Juan Calavera. Al otro día nos dimos cuenta de que él estaba en la caja trasera del auto, con principios de ahogo. Lo llevamos al hospital y pronto estuvo bien y se perdió por meses.

Petter Flan me decía, por esos días, que la violencia lo superaba. Que no podía concebir ningún tipo de moralidad sin pensar en destruir su soporte físico. De esta forma vagaba por el país destruyendo señaléticas, automóviles, hombres y mujeres en nombre de la libertad. Laura decía que era peligroso y yo le respondía “tranquila, Petter tiene un corazón de oro” y él se reía y tomaba cerveza.

Una tarde llegué a casa y sorprendí a Laura con Danilo el dañino. Estaban dormidos, desnudos y borrachos. Golpeé levemente sus caras, pero ninguno de los dos dio señales de despertar. Tomé el pantalón de Danilo y saqué todo el dinero que tenía. Debió haber estado recién pagado porque tenía mucho dinero. Fui hasta la casa de Petter y me encontré con Juan Calavera en bata, bailando arriba de un sillón. Habían tres mujeres drogadas que reían y aplaudían cada paso. Yo tomé algo de STP y creo que luego me acosté con una. Al otro día, mientras vagaba por un parque, me llamó y me dijo que se llamaba Eugenia. Dijo que le gustaba el STP y me invitó a probar lo que tenía. Esa tarde sí tengo certeza de haberme acostado con ella. En ese entonces me importaban más las mujeres, por lo que me quedó grabada la sonrisa en su cara cuando Laura entró abrió repentinamente la puerta, me tomó del pelo y me gritó “¿Qué te crees hijo de puta?”, yo me la aparté de un empujón y le clavé una mirada profunda y furiosa. No dijo nada y se fue. Miré a mi lado y Eugenia seguía riendo, esto se ponía bueno, me vestí y salí tras Laura. La persecución no duró mucho: estaba afuera de la casa, fumándose un pito en la cuneta. Me senté con ella y pronto salió Eugenia diciendo “¿y tú no ibas a probar del STP?”, yo miré a Laura y ella me miró a mí. Luego ambos miramos a Eugenia y los tres estallamos en una carcajada. Creo que más tarde llegó Infame con Eusebio y también disfrutaron en grande.

Laura solía decirme que yo no pensaba las cosas antes de decirlas. Yo le respondía que tenía razón, que cuando la gente pensaba mucho, decía poco y a mi me gustaba decir mis cosas, aunque no las creyera. Ella no entendía la diferencia entre creer, pensar y decir. Para mí lo importante era tenerla a mi lado y sentirme con la fuerza para pensar, creer y decir lo que se me viniera a la boca, en cualquier lugar y a cualquier hora de aquellos días soleados.



Polanco

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