20081130

Por la Alameda, avanzo de espaldas. Leo un libro destartalado, escucho personal y masco un chicle. Sólo fluyo en trance, desatento del libro, de la música, del chicle y también de la micro. Por un momento, supongo que no estoy allí.

Un marchito olor a cenicero, talco y flores secas me interrumpe. Hasta entonces no me había dado cuenta que había un viejo sentado a mi lado. Su cara, sin prisa, está siendo carcomida por su calavera. Me mira y sonríe con ternura, la cara; con miedo, el futuro. No soy capaz de mirarlo a las cuencas.

Afuera, las bocinas están ahí.

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