20081107

CUADERNO PERDIDO EN UNA MICRO

En la vida de León, como en la mía, todo pasa con el tiempo, menos la verguenza. La timidez, más que una triste parsimonia del alma, es el producto de una decadencia moral crónica. Mas León no es considerado una persona tímida, al contrario, en su trabajo y entre su familia, se piensa que es un tipo honorable y conversador, entre los hombres todo un hombre. Sin embargo, y aunque él no lo sabe, bien lo sospecha, ese honor del que se conversa está terriblemente atemperado, sino completamente determinado, por una verguenza ajena. Él siente verguenza de lo que yo soy y yo de lo que él es, por eso nos vemos atrapados en esa camisa de fuerza llamada respeto. León le teme a su naturaleza escatológica, yo a la mía, y a la de él, y a la de todos; nos sabemos nocivos e intentamos pagar nuestra culpa sin combatirla. Dicen que la época de las revoluciones terminó en manos de la gran marcha triunfal, algo así como todas las revoluciones en una sola, eterna. León, en esa eternidad, cree que a su cerebro ha entrado agua y que su pensamiento ahora se volvió líquido. Le gustaría estrujar su cerebro y volver a pensar las cosas directamente porque, de alguna forma, cree que las cosas deben cambiar y el agua lo hace todo tan lento. Se olvida León que bajo el agua hay también quienes desarrollan rapidez y que ellos necesitan del agua para vivir. Entonces se pregunta si vale la pena vivir; cuál es el sentido de arrastrar con su propia lastra. Yo le miento, no lo puedo evitar, le digo que sí vale la pena, que lo que no vale la pena es pensar así. Pero palabras que se dicen sin sentirlas, sólo ayudan a exagerar la verguenza, que no es poca y siempre está. León, sospecha, como todos que las cosas demasiado obvias no son reales, que en la pena no hay valor, sólo pena. Como la verguenza, no es ni más ni menos que cualquier otra cosa porque cuando ella es, lo otro no será, como vida y muerte; infiel, como la libertad al cuerpo.
León es lo contrario a un poeta y yo, yo temo que todos somos León.