20100206

Este tiene que deberle mucho al jefe para que lo haya mandado a buscar con tanta urgencia- pensaba mientras arrastraba el cuerpo atado por el pasillo de la capacha. Frente a la puerta del despacho el desgraciado dejó de hacerse el inconsciente y me preguntó dónde estábamos. Ya verás- le dije mientras abría la puerta. El ventilador del techo apenas removía el sahumerio que tenían entre la oscuridad. En la mesa de centro Juan Calavera, Danilo y el Ñaja contaban billetes y no levantaron la vista hasta que vieron que venía con el encargo. Al final de la habitación había un escritorio elegante y apoyado en él dormía el señor Nicolet. Está curao- me explicó el Ñaja; malas noticias para el pobre infeliz. Danilo remeció suavemente el hombro del jefe, que despertó de inmediato y se puso de pie. Por fin- dijo con su voz ronca- me hiciste esperar, pero cumpliste. Desátenlo- ordenó. El cuerpo apenas podía mantenerse en pie, lo manteníamos sujeto de los brazos yo y Juan Calavera. El jefe sonrió, se sirvió un poco de un licor que podría haber sido ron o whisky, desaborchó la bragueta de su pantalón y dijo: Muy bien Nalgas de Oro, haz tu trabajo. Entonces el cautivo se dio vuelta y bajó lentamente sus pantalones. Nunca olvidaré la cara de asombro que puso el jefe cuando lo que había bajo la ropa de Nalgas de Oro iluminó toda la habitación; mucho menos puedo dejar de recordar la maravilla que esa tarde presenciamos... Nalgas de Oro no era de este mundo.

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